Las empresas suelen obsesionarse con los resultados tangibles y medibles, lo que tiene sentido hasta cierto punto. Sin embargo, este enfoque generalmente ignora el valor de lo invisible, del trabajo silencioso que previene los problemas antes de que surjan.
Para ejemplificar lo anterior me gusta el caso del jardinero. Su trabajo es tan impecable que el jardín parece cuidarse solo. Su éxito radica en su invisibilidad. Disfrutamos de la belleza del jardín, pero rara vez pensamos en el trabajo constante que lo mantiene impecable. De hecho, la perfección del jardín podría llevar a cuestionar la necesidad del jardinero. «Si todo está bien, ¿para qué debemos pagarle?».
Este mismo dilema ocurre con otros profesionales, como el informático que se encarga de que todo funcione sin problemas. Justamente, su mayor logro «que no haya problemas» puede terminar poniendo en riesgo su trabajo. Es la paradoja de estos expertos invisibles: cuanto mejor hacen su trabajo, menos se nota, y por eso, menos se valora.
Es un problema que impacta tanto en la valoración personal como en el reconocimiento profesional.