La suerte ciertamente juega un papel en el éxito de una persona, pero más que un golpe de buena fortuna, la suerte suele ser el resultado de la preparación, la actitud y el esfuerzo. Las oportunidades generalmente están frente a nuestros, pero hay que saber reconocerlas y aprovecharlas.

Estar preparado significa adquirir conocimientos, desarrollar habilidades y forjar el carácter necesario para alcanzar nuestras metas. No basta con que se presente una ocasión propicia; hay que estar listo para capitalizarla. Por ejemplo, un emprendedor que ha estudiado su industria y ha trabajado duro en una idea innovadora, tendrá más probabilidades de lograr sus objetivos cuando surja la coyuntura adecuada.

Además de prepararse, hace falta tener la actitud correcta: estar alerta, ser audaz y no temerle al fracaso.

Hay que animarse a correr riesgos, pero calculados. Quien no se atreve a salir de esta famosa zona de confort y arriesgarse, difícilmente dará con una oportunidad de progreso.

Por último, está la pasión y la convicción. Cuando creemos firmemente en nuestro proyecto y lo perseguimos con determinación, aumentan las posibilidades de alcanzar los objetivos. Esa fe nos impulsa aún en los momentos difíciles.

En conclusión, la suerte favorece a los que toman la iniciativa, pero también a quienes se preparan a conciencia y persiguen sus sueños con pasión.

Claro que interviene el azar, pero podemos influir en nuestro destino con visión y dedicación. La suerte no es pura casualidad, sino una combinación de factores sobre los que tenemos cierto control.