«No apuntes al éxito: cuanto más lo apuntes y lo conviertas en un objetivo, más lo perderás. Porque el éxito, como la felicidad, no se puede perseguir; debe sobrevenir, y sólo lo hace como efecto secundario involuntario de la dedicación de uno… A la larga (¡a la larga, digo!) el éxito te seguirá precisamente porque te has olvidado de pensar en ello»…Víktor Frankl

Muchos buscan incansablemente éxito, anhelando fama, reconocimiento y logros extraordinarios. Nos esforzamos por alcanzar nuestras metas, convencidos de que el éxito es un destino que podemos elegir.

Sin embargo, esta búsqueda enfocada y obsesiva del éxito suele ser contraproducente. Cuanto más lo perseguimos como un objetivo en sí mismo, más se nos escapa de las manos.

El éxito no se consigue directamente. No es un resultado que se pueda forzar. Más bien, sobreviene como un efecto secundario cuando uno se dedica completamente a algo con pasión y propósito.

Quien se enfoca sólo en la meta del éxito, pronto se frustrará, pues este no puede ser un fin en sí mismo. Debemos concentrarnos en hacer un trabajo valioso, en superarnos cada día, en aportar nuestro talento y trabajo al mundo. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos, el éxito llegará solo.

Al perseguir incansablemente el éxito, nos olvidamos de disfrutar el camino, que es tan importante como el destino. Nos amargamos y estresamos, pensando sólo en un futuro idealizado. Se nos escapa el presente.

En cambio, cuando nos entregamos plenamente a una vocación superior, sin esperar nada a cambio, encontramos la felicidad y la realización en el mero hecho de hacer lo que amamos. Y es entonces cuando el éxito llamará a nuestra puerta.

Debemos dejar de lado la ansiedad por el éxito. Este no es un trofeo a ganar, sino la consecuencia natural de una vida de pasión y propósito. Si hacemos lo correcto por las razones correctas, el éxito inevitablemente nos alcanzará, ahora o a la larga.