Viktor Frankl no tuvo nombre, documentos personales, derechos ni futuro de 1942 a 1945. Solo tenía un número de prisionero del campo de concentración nazi: 119104.
«El sentido del sufrimiento se nos reveló, se convirtió en nuestra tarea, se levantaron sus velos y vimos que el sufrimiento puede convertirse en un trabajo moral…»
En tales circunstancias, es raro que alguien sea capaz de reflexionar. Pero el prisionero 119104 era un académico. Todos los días recopilaba y analizaba datos para responder a la pregunta: ¿por qué algunas personas caen en la apatía y mueren, mientras que otras encuentran fuerzas para aferrarse a la vida?
La voluntad de sentido, encontrar sentido, eso es lo principal. Cuando una persona deja de preguntarse «¿Por qué yo?» y pregunta «¿Para qué?», su vida cambia por completo y comienza la liberación del sufrimiento.
¿Por qué leerlo?
- Para recuperar el deseo perdido de vivir y/o encontrar un propósito.
- Conocer lo que sucede con las personas más allá de la supervivencia física.
- Familiarizarse con la experiencia de vida única de un gran humanista y filósofo del siglo XX.
- Porque es uno de los libros que mas impactarán tu vida.
Sobre el autor
El psicólogo austriaco de origen judío Viktor Frankl fue discípulo de sus grandes compatriotas: Sigmund Freud y Alfred Adler. En 1942, fue enviado al sistema de campos de concentración nazis de Auschwitz, Dachau y Theresienstadt.
El Dr. Frankl descubrió a un alto precio que lo que mantiene al ser humano en la tierra es su principal destino. Salió del campo en 1945, superó la pérdida de casi todos sus seres queridos y vivió una vida larga y feliz después de la guerra. Creó la tercera escuela de Viena de psicoterapia, basada en el método de la logoterapia.
Introducción
¿Por qué algunas personas se rinden mientras otras continúan luchando a pesar de todo? Para responder a esta pregunta, al mundialmente famoso psicólogo austriaco Viktor Frankl (1905-1997) le tocó vivir el horror de los campos de concentración.
Este libro trata sobre lo que él reconsideró y comprendió precisamente como «psicólogo» en los campos de concentración de Auschwitz, Dachau y Theresienstadt.
Siendo un prisionero común, Frankl describe en este libro cómo la tortuosa rutina del campo afectaba el estado mental de las personas. Fue una lucha cruel por la existencia, incluso entre los propios prisioneros. Una lucha despiadada por un pedazo diario de pan, por la supervivencia, por uno mismo o por los seres más cercanos.
La mayoría de los prisioneros perdían la esperanza y se desmoronaban física y moralmente. Pero había unos pocos que no perdían su dignidad humana. Siempre encontraban una palabra amable y el último pedazo de pan para sus camaradas desafortunados.
Gracias a su tenacidad espiritual, estas personas conservaban la capacidad de proteger su alma del entorno horrendo. Moralmente, a diferencia de la mayoría que se degradaba, progresaban, evolucionaban.
El libro de Frankl ofrece una respuesta a qué les sirvió de apoyo interno, qué les ayudó no solo a resistir, sino a elevarse en su desarrollo moral muchos escalones hacia arriba.
Él argumenta de manera convincente que las capacidades de la personalidad humana no tienen límites y que depende de nosotros cómo las utilizamos.
Lo más importante es entender, ¿qué espera la vida de cada uno de nosotros?
Cómo cambió el carácter de las personas en el campo de concentración
Las reacciones de los prisioneros se pueden dividir en tres fases.
1. Shock al llegar.
2. Cambios típicos en el carácter durante una larga estancia en el campo.
3. Liberación. La psicología del prisionero liberado.
Fase 1: Shock de la llegada
La primera fase se llama «shock de la llegada». Es una reacción aguda de horror cuando las personas se dan cuenta de dónde los han llevado. Al ver el letrero «Auschwitz», cada uno sintió cómo su corazón literalmente se detenía. A muchos les comenzaron a aparecer imágenes horribles, el miedo los envolvía. Todos sabían que en Auschwitz había cámaras de gas, y solo esa idea llenaba de terror a la gente.
A los psicólogos les es familiar el estado conocido como delirio de gracia, cuando un condenado a muerte literalmente comienza a creer, en completo frenesí, que en el último momento será perdonado. El interminable horror de los recién llegados a veces se transformaba en un delirio de gracia: ¿y si las cosas no estaban tan mal? Especialmente cuando eran recibidos por prisioneros que parecían bastante saciados.
Solo después se hizo evidente que eran parte de la élite del campo: personas específicamente seleccionadas para recibir los convoyes que llegaban a Auschwitz día tras día durante años. Y luego tomar el equipaje de los recién llegados con todas sus posesiones, que tal vez estuvieran ocultas en él.
Después de la primera selección, cuando el 90% de los recién llegados fueron enviados a las cámaras de gas, el 10% restante finalmente entendió la situación. Y con ellos ocurrió lo que se podría llamar el punto máximo de la primera fase de las reacciones mentales: las personas pusieron fin a toda su vida anterior.
Ya no quedaba nada de ella. Ahora la persona simplemente se convertía en un número, sin nombre ni destino. Para los campos de la muerte, esto era común. El número despersonaliza a la persona, sin permitir que su individualidad o biografía sean reconocidas.
Psicológicamente, era una posición conveniente: era más fácil tratar a la persona como un objeto inanimado al que se le podía hacer cualquier cosa. La mayoría de los prisioneros sufrían de un sentido de inferioridad. Cada uno de ellos antes había sido «alguien», pero ahora los trataban como si fueran «nadie».
Ya no había ilusiones para la gente. Y entonces algo inesperado se manifestó en ellos: un humor negro y algo parecido a la curiosidad. Era un estado de cierto distanciamiento, momentos de curiosidad fría, casi una observación externa.
El alma necesitaba desconectarse, aunque fuera por un breve momento, de la realidad y protegerse, salvarse. A las personas les intrigaba qué pasaría a continuación. Por ejemplo, podían pensar de manera completamente distante: ¿cómo saldremos, completamente desnudos después de la desinfección, al frío del final del otoño?
Sin embargo, esa vez, nadie, por alguna razón, ni siquiera cogió un resfriado. Había otras cosas que sorprendían. Resultó que las capacidades físicas humanas eran considerablemente mayores de lo que se escribía en los libros de medicina.
Las personas en los campos de concentración sobrevivían durante años con una seria escasez de comida y sueño, pero seguían viviendo. El número de calorías al día promediaba entre 600 y 700. Una ingesta de calorías completamente insatisfactoria, especialmente considerando el arduo trabajo físico y la falta de protección contra el frío. Por falta de sueño, los prisioneros sufrían de insectos que pululaban en las abarrotadas barracas.
Y aquí hay otra sorpresa similar: por supuesto, hubo que olvidarse del cepillo de dientes, por supuesto, los prisioneros sufrieron una grave deficiencia de vitaminas, pero la condición de las encías era incluso mejor que nunca, en períodos de alimentación más saludable. Dostoievski tenía razón al definir al ser humano como una criatura que se adapta a todo. ¡Pero a qué precio!
La amenaza de muerte diaria, hora tras hora, y la falta de la más mínima esperanza de salvación, llevaban a casi todos los prisioneros, aunque solo fuera brevemente, a considerar el suicidio. Sin embargo, hay que señalar que, estando en estado de shock inicial, los prisioneros no temían a la muerte.
Incluso la cámara de gas, después de unos pocos días, no les causaba miedo. A sus ojos, era algo que los liberaba de la preocupación por el suicidio. Pronto, el estado de pánico fue reemplazado por la indiferencia, y aquí es donde pasamos a la segunda fase: los cambios en el carácter.
Fase 2. Cambios típicos de carácter durante la estancia prolongada en el campo
Tras superar el shock inicial, el prisionero comenzaba a sumergirse poco a poco en la segunda fase: la fase de la apatía, cuando algo dentro de él empezaba a morir. Ya no le afectaban las imágenes tortuosas. Observaba con una indiferencia abyecta lo que sucedía a su alrededor.
Ya no podía sentir ni compasión, ni indignación, ni repugnancia, ni miedo. Su alma se cubría gradualmente con una armadura protectora, con la que intentaba protegerse de un daño severo. Así, la apatía como principal síntoma de la segunda fase era un mecanismo especial de defensa psicológica.
El entumecimiento interno hacía al prisionero menos sensible a las golpizas diarias y horarias. Todo lo que ocurría llegaba a su conciencia solo de manera amortiguada. La realidad se reducía: todos sus pensamientos y sentimientos se concentraban en una única tarea: ¡sobrevivir! El prisionero gradualmente regresaba a formas más primitivas de vida emocional.
Y en el centro de estos impulsos primitivos estaba la necesidad de comida. En los raros momentos en que la vigilancia de los guardias se relajaba, los prisioneros comenzaban a hablar de comida: se preguntaban unos a otros sobre sus platos favoritos, intercambiaban recetas, elaboraban menús de comidas festivas, hasta que alguien advertía: ¡el guardia viene!
La persona perdía la sensación de sí misma como individuo no solo debido a la arbitrariedad de la seguridad del campo, sino también porque sentía su dependencia de meras casualidades, se convertía en un juguete del destino.
Más tarde, después de la guerra, el psicólogo conocido Martin Seligman llamaría a este fenómeno «indefensión aprendida», cuando una persona simplemente deja de intentar cualquier cosa, se rinde, si se convence de que sus esfuerzos por cambiar algo son inútiles.
Se despreciaba todo lo que no ofrecía un beneficio práctico, que no ayudaba a sobrevivir. Morían todas las aspiraciones espirituales, todos los intereses elevados. Esto podría explicar la completa ausencia de sentimentalismo con la que los prisioneros percibían lo que les rodeaba.
Sin embargo, había dos áreas que podían considerarse excepciones de este estado normativo: la política (discusión de rumores sobre la situación actual en el frente) y la religión. Las personas se dirigían a Dios con profunda sinceridad. Algunos, aunque pocos, desarrollaban un deseo de retirarse a su mundo interior. Esto podría explicar el hecho de que a veces las personas de constitución frágil soportaban las dificultades de la vida en el campo mejor que las fuertes y robustas.
Puede parecer increíble, pero había quienes mantenían su sentido del humor. Y esto es explicable. Después de todo, el humor también es un arma del alma en la lucha por la autoconservación. A través del humor, una persona puede crear cierta distancia entre sí misma y su situación, situarse por encima de la situación, aunque solo sea por un momento.
Viktor Frankl recordaba cómo entrenaba deliberadamente a su amigo en el humor: cada día, por turnos, inventaban alguna historia divertida que podría sucederles después de la liberación. Ver algo de lo que sucedía en una luz cómica podría considerarse como una forma peculiar de arte de vivir.
Como se ha dicho, las personas en el campo perdían la sensación de sí mismas como individuos, estaban tan dominadas por la apatía que temían tomar sus propias decisiones, se reducían a la condición de animales gregarios que solo sabían evitar el ataque de un grupo de sádicos, y cuando se les dejaba en paz por un momento — pensaban en comida.
Sin embargo, esta apatía no era solo un mecanismo de protección emocional. También tenía causas puramente fisiológicas, al igual que la irritabilidad aumentada, que a veces encontraba salida en peleas — otra característica de la psique del prisionero. La apatía era causada por el hambre constante, y la irritabilidad y excitación — por la falta crónica de sueño.
En ausencia de apoyo espiritual, el prisionero podía experimentar una apatía total, que ocurría tan rápidamente que muy pronto llevaba a la catástrofe. La persona simplemente se negaba a levantarse por la mañana y asistir al llamado, ya no se preocupaba por obtener comida, no se lavaba, y ninguna advertencia, ninguna amenaza, ningún ruego podía sacarlo de esa apatía. Tal estado finalmente terminaba en la muerte.
Fase 3. Después de la liberación. Psicología del prisionero liberado
Después de todas las penurias de la vida en el campo, los prisioneros que sobrevivían de repente se daban cuenta de que habían olvidado completamente cómo alegrarse. La profunda apatía, que se había convertido en la base de su estado psíquico en el campo, no podía desaparecer tan rápidamente. Todo a su alrededor era percibido por la gente como ilusorio, no real, como un sueño en el que todavía era imposible creer.
Pasaron días, muchos días, antes de que algo se liberara dentro, y el ex prisionero pudiera sentir que algún tipo de barrera había caído en su alma, que alguna restricción había sido levantada. El cuerpo se despertaba antes que el alma. «Desde el primer momento en que fue posible, comenzamos a comer, —recuerda Frankl.— ¡No, a devorar!»
El estado emocional del liberado estaba amenazado por la decepción y la amargura que podría experimentar al regresar a casa. Podría no encontrar vivos a sus seres más queridos, por quienes se había esforzado por sobrevivir: a menudo, los ex prisioneros eran los únicos supervivientes de familias que alguna vez fueron grandes.
El dolor resonaba en su corazón por las frases banales o los encogimientos de hombros de quienes lo recibían, quienes no encontraban palabras de simpatía para él. En tal caso, le era difícil superar el amargo pensamiento: ¿por qué soporté todo esto?
Pero llegaba un día para cada liberado, cuando, mirando hacia atrás en todo lo que había sufrido, hacía un descubrimiento: él mismo no podía entender cómo había tenido la fuerza para soportar todo lo que había enfrentado. Y su mayor logro se convertía en esa sensación incomparable de que ahora ya no tenía miedo de nada en el mundo.
Experiencia de los campos de concentración: ¿puede una persona actuar de otro modo?
Las características típicas del carácter descritas anteriormente, que se formaban en un prisionero durante años de permanencia en el campo (fase 2), pueden crear la impresión errónea de que el estado del alma humana depende de las condiciones circundantes. Que bajo «la presión de las circunstancias» que prevalecían en el campo, la persona «no podía actuar de otro modo».
Frankl, basándose en su propia experiencia, afirma que la vida misma en el campo demostró que la persona sí «puede actuar de otro modo». Había personas que lograban suprimir la irritabilidad y superar la apatía. Cada día, caminaban a través de los barracones y, superando el dolor, marchaban en formación.
Tenían una palabra amable y el último pedazo de pan para sus compañeros de desgracia. Gracias a la tenacidad de espíritu, mantenían la capacidad de protegerse del influjo de ese entorno.
Con su comportamiento daban ejemplo a otros, lo que provocaba una reacción en cadena. En términos morales, estas personas, a diferencia de la mayoría que se degradaba, experimentaron progreso, sufrieron una evolución.
Aunque estas personas eran pocas, su ejemplo confirma que internamente una persona puede ser más fuerte que las circunstancias externas, porque siempre tiene la libertad de enfrentarlas «de esta manera o de otra». Y este «de esta manera o de otra» no se lo pueden quitar.
Lo que el campo supuestamente «hacía» de una persona, era el resultado de una decisión interna del propio individuo. Depende de cada uno lo que sucederá con él en el campo: si se convertirá en un animal gregario o si incluso allí seguirá siendo una persona, mantendrá su dignidad humana.
La mayoría de las personas en el campo pensaban que todas sus posibilidades ya estaban detrás de ellos, mientras que solo estaban comenzando a abrirse. Porque la situación más difícil le da a una persona la oportunidad de elevarse internamente por encima de sí misma, de alcanzar un pico que anteriormente era inalcanzable en su existencia diaria.
Frankl recuerda las palabras de una joven mujer que enfrentó su muerte en el campo de concentración con gran dignidad: «Estoy agradecida con el destino por haber sido tan severo conmigo, porque en mi vida anterior fui demasiado mimada, y mis aspiraciones espirituales no eran serias».
Frankl llamó la atención de los lectores sobre el hecho de que la hazaña moral también era posible entre los guardias y supervisores. Porque había entre ellos quienes intentaban ayudar a los prisioneros a pesar de toda la presión de la vida en el campo.
Se puede encontrar a una buena persona en cualquier lugar, incluso en ese grupo que justamente merece una condena general. De todo esto, Frankl concluye que en el mundo hay solo dos «razas» de personas, ¡solo dos! — las personas decentes y las indecentes.
Conclusiones: ¿quién gana y quién pierde y por qué?
En la semana entre Navidad y Año Nuevo de 1945, la mortalidad en el campo fue especialmente alta, aunque no había razones como un deterioro especial en la alimentación, el clima o un brote de alguna epidemia.
La razón era que la mayoría de los prisioneros albergaban ingenuamente la esperanza de estar en casa para Navidad. Pero, como esta esperanza se desplomó, las personas fueron invadidas por la decepción y la apatía, reduciendo la resistencia general del organismo, lo que llevó a un aumento en la mortalidad.
Así, vemos que el declive físico dependía de la actitud espiritual, ¡pero en esta actitud el hombre era libre!
La deformación del carácter del prisionero en el campo de concentración dependía, en última instancia, de su actitud interna. La atmósfera del campo influía en los cambios de carácter solo en aquel prisionero que se degradaba espiritual y humanamente. Y se degradaba aquel que ya no tenía ningún soporte interno. ¿En qué podría y debería consistir tal soporte?
Era necesario volver a orientar a la persona hacia el futuro, hacia algún objetivo significativo para él en el futuro. Como dijo Friedrich Nietzsche: «Quien tiene un ‘¿Por qué?’ soportará casi cualquier ‘¿Cómo?'». Si el prisionero encontraba el «¿Por qué?» de su vida, su objetivo interno, lograba igualarse con el terrible «¿Cómo?» de su existencia actual y resistir ante las pesadillas de la realidad del campo.
Mentalmente elevarse por encima de la realidad ayudaba un tipo de truco, una maniobra salvadora, relacionada con un objetivo en el futuro: en los momentos más difíciles, necesitaba visualizar en su imaginación escenas de su futuro después de la liberación. Frankl probó este «truco» en sí mismo muchas veces.
Cuando era completamente insoportable, imaginaba que estaba en un podio en un gran salón, brillantemente iluminado, hermoso y cálido, dando una conferencia sobre la psicología en el campo de concentración. Y el público escuchaba con interés.
Este enfoque le ayudaba a ver la realidad como si ya fuera parte del pasado, y él, con sus sufrimientos, ya se había convertido en el objeto de fascinantes investigaciones psicológicas, iniciadas por él mismo.
Pero no era tan sencillo transmitir todo esto a la conciencia de los desesperados. La situación en el campo de concentración se complicaba aún más por el hecho de que la gente no sabía cuándo terminaría su existencia en el campo.
La detención indefinida llevaba a la experiencia de perder el futuro. La frase típica con la que el desesperado rechazaba todos los intentos de animarlo era: «No tengo nada más que esperar de la vida». Sin embargo, la pregunta sobre el sentido de la vida inicialmente estaba mal planteada. No se trata de lo que esperamos de la vida, sino de lo que ella espera de nosotros.
Dos casos mencionados en el libro pueden servir como ejemplo de la aplicación práctica del curso de pensamiento descrito anteriormente. Se trata de dos hombres que en sus conversaciones expresaban la intención de suicidarse.
Ambos lo explicaban de manera igual y típica: «No tengo nada más que esperar de la vida». Sin embargo, Frankl logró convencer a cada uno de ellos: la vida esperaba algo de ellos mismos, algo importante les esperaba en el futuro.
Y de hecho, resultó que a uno lo esperaba su amado hijo en el extranjero. A otro no lo esperaba nadie personalmente, pero lo esperaba su trabajo. Era un científico que estaba preparando y publicando una serie de libros sobre geografía. Quedó incompleta. Nadie más podía hacer ese trabajo en su lugar.
La conciencia de tal indispensabilidad forma un sentido de responsabilidad por la propia vida. Ahora la persona no renunciará a ella. Sabe por qué existe, y por lo tanto encontrará en sí mismo la fuerza para soportar casi cualquier «¿Cómo?».
Logoterapia de Viktor Frankl
La logoterapia (del griego logos — palabra y terapia — cuidado, atención, tratamiento) es una dirección en psicoterapia que surgió sobre la base de las conclusiones que Viktor Frankl hizo mientras estaba prisionero en un campo de concentración.
Los logoterapeutas, siguiendo a Frankl, consideran completamente inaceptable explicar lo que sucede dentro de una persona por instintos profundos, como lo hacía Freud, o por reacciones a circunstancias externas. Ni lo uno ni lo otro funciona, ni describe completamente todos los procesos que ocurren en la psique humana.
Es el propio ser humano (y no sus instintos o reacciones al entorno externo) quien determina cómo vive, qué siente, cuál es su camino en la vida y qué decisiones toma en ese camino. Las posibilidades de la personalidad humana no están limitadas.
En este sentido, no importa qué complejos infantiles tenga una persona ni qué le diga su subconsciente. El ser humano tiene otro recurso que le permite hacer las cosas como desea. En otras palabras, ¡qué importa lo que tenga en contra, cuando tengo tal potencial a favor! Y estos contras no me impiden en absoluto realizar ese potencial.
En la logoterapia se da mucha importancia al hecho de que la edad adulta no es un fracaso, como a menudo se considera en la visión popular: si una persona se jubila, entonces su vida ha terminado, ya no habrá nada nuevo ni interesante. Esto es completamente absurdo, pensaba Viktor Frankl, porque todo depende del propio individuo, de cómo llene su vida y del sentido que encuentre en esa vida.
La logoterapia es precisamente terapia del sentido, es el método que ayuda a una persona a encontrar significado en cualquier circunstancia de su vida, incluyendo situaciones extremas como un campo de concentración y el sufrimiento.
Aquí es muy importante entender lo siguiente: para encontrar ese significado, Frankl propone explorar no las profundidades de la personalidad, sino sus alturas.
Esta es una diferencia muy seria en el enfoque. Antes de Frankl, los psicólogos principalmente intentaban ayudar a las personas explorando las profundidades de su subconsciente, pero Frankl insiste en la plena realización del potencial humano, en explorar sus alturas. Así, él pone el acento, figurativamente hablando, en la aguja del edificio (la altura), no en su sótano (las profundidades).
«La expresión ‘psicología profunda’ es hoy muy popular, pero surge la pregunta: ¿no es hora de explorar la existencia humana en todo su espacio multinivel, investigar no solo sus profundidades sino también sus alturas?
Al hacerlo así, —escribe Frankl—, nos movemos intencionadamente más allá de los límites no solo físicos, sino también psíquicos. Incluimos en el ámbito de investigación la realidad de lo que llamo los aspectos espirituales del ser humano. Con este término me refiero al núcleo de la personalidad.
¿Qué quiere finalmente alcanzar el psicoanálisis al tratar los neurosis? Su objetivo declarado es ayudar al paciente a alcanzar un compromiso entre las demandas del inconsciente, por un lado, y las demandas de la realidad, por el otro. Busca adaptar al individuo al mundo externo y reconciliarlo con la realidad.
La psicología individual proclama un objetivo más profundo. No limitándose a la mera adaptación, exige del paciente el coraje para transformar la realidad. Pero debemos preguntarnos: ¿se reducen a estos objetivos? ¿No es permisible, o incluso necesario, un avance hacia otra dimensión?»
El avance hacia otra dimensión es la diferencia fundamental de la logoterapia con respecto a otros tipos de psicoterapia. El objetivo de la logoterapia es revelar las posibilidades máximas del ser humano, adoptando como máxima el aforismo de Goethe: «Si aceptamos a las personas tal como son, las hacemos peores. Pero si las tratamos como si fueran lo que deberían ser, les ayudamos a convertirse en lo que son capaces de ser».
En términos más sencillos, si siempre estamos estudiando y analizando los complejos, defectos y pasiones bajas de una persona, entonces comienza a enfocarse
demasiado en ellos, a ver todo a través de su prisma, a desarrollarlos involuntariamente en sí misma. Pero si le decimos a la persona que está un poco por encima de lo que realmente es, eso le permite esforzarse constantemente por alcanzar un estándar más alto, desarrollarse. Frankl, basándose en su larga experiencia como psicoterapeuta, afirmaba que esto siempre funciona de manera asombrosa.
Este método de logoterapia puede ser adoptado por los líderes al interactuar con sus subordinados. Si un líder siempre le habla al subordinado de sus defectos, como si lo programara para ellos.
Pero si el líder encuentra algo bueno en el subordinado y lo exagera un poco, esto se percibe como apoyo, y el subordinado tiene el deseo de realmente mejorar, de alcanzar un estándar más alto. El nivel óptimo de esa norma es del 10 al 20% más de lo que realmente es. Entonces no traumatiza ni provoca sospechas de que sea una mentira o adulación.
Y para concluir, resumamos: es en la logoterapia donde aparece el término «esencia espiritual del ser humano» y se hace un énfasis del las profundidades de la personalidad a sus alturas. Esto ayuda a la persona a sentir que no es un animal y que su comportamiento no está determinado por instintos y circunstancias externas, sino por sí mismo.
Cuando una persona constantemente se establece un estándar más alto, comienza a ver su vida de una manera nueva, a respetarse más a sí misma. Y entonces la vida cambia, adquiere sentido.
La enseñanza de Viktor Frankl ayuda a la persona a elevar la cabeza con orgullo.
Mejores ideas y enseñanzas aplicables a nuestra vida
Sobre la supervivencia y la voluntad de sentido:
1. La voluntad de sentido es fundamental: Encontrar un propósito en la vida es lo que permite a las personas superar incluso las situaciones más difíciles. La pregunta no es «¿Por qué yo?», sino «¿Para qué?».
2. El sufrimiento puede tener sentido: El sufrimiento se convierte en una tarea moral cuando se le encuentra un significado.
3. Las capacidades humanas no tienen límites:Depende de nosotros cómo utilizamos nuestras capacidades para afrontar las adversidades.
4. La actitud interna es clave: La forma en que respondemos a las circunstancias determina nuestro destino, no las circunstancias en sí mismas.
5. La libertad interior es inviolable: Incluso en las peores condiciones, siempre tenemos la libertad de elegir nuestra actitud.
Sobre la experiencia en los campos de concentración:
6. Existen fases en la respuesta al trauma: Shock inicial, apatía y lucha por la supervivencia, y finalmente, la liberación y sus desafíos.
7. La apatía es un mecanismo de defensa: Ayuda a adormecer el dolor y el horror, pero puede llevar a la muerte si no se contrarresta.
8. El humor y la espiritualidad son herramientas de supervivencia: Permiten distanciarse de la realidad y encontrar consuelo.
9. La deshumanización es una estrategia de los opresores: Reduce a las personas a meros números, negándoles su individualidad.
Sobre la naturaleza humana:
10. Solo hay dos tipos de personas: Decentes e indecentes, y se pueden encontrar en cualquier lugar, incluso en los lugares más inesperados.