Siguiendo con las lecturas en año de pandemia, busqué algunas referencias en Amazon sobre la gripe española y su impacto en Chile. Así llegué al Jinete Pálido libro de Laura Spinney (2017) que relata los acontecimientos sobre esta pandemia y sus consecuencias en el mundo.

Cuenta en detalle como este virus viajó a través del planeta generando muerte,  incertidumbre y algunas cosas positivas en la innovación médica.

Entre muchas cosas Spinney argumenta, que esta pandemia tuvo mucha influencia en empujar a India hacia su independencia, a Sudáfrica al apartheid y casi dejando Suiza al borde de una guerra civil.

En esta ocasión, las notas van relacionadas con Chile y el manejo de la pandemia. Que según los relatos descritos, tuvieron un impacto considerable en la gran cantidad de Chilenos que vivían en la miseria.

Notas

1. La gripe española golpeó en 3 olas, entre 1918 y 1920.

2. En Chile, los médicos de la época ni siquiera contemplaron la posibilidad de que se tratara de gripe, a pesar de que en el resto del mundo la pandemia era conocida como la gripe española.

Pese a estar al tanto de los reportes sobre la epidemia de gripe que azotaba a países vecinos, los autoproclamados «eminentes médicos chilenos» supusieron erróneamente que era tifus. Hicieron caso omiso a las señales que indicaban que se enfrentaban al mismo padecimiento que diezmaba al resto del planeta.

Enceguecidos por un falso sentido de excepcionalismo, desestimaron las evidencias que apuntaban a un origen gripal. Esta obstinación en un diagnóstico equivocado retrasó la respuesta de las autoridades sanitarias. El orgullo desmedido de una élite médica que se creía inmune al error terminó costando un alto precio en vidas humanas.

3. En esa época, la frágil economía chilena se tambaleaba, los conflictos laborales iban en aumento y existía la percepción de que el gobierno estaba sometido a la influencia de potencias extranjeras. Para los médicos y políticos del país, Chile estaba sumido en una profunda decadencia y al borde de una crisis moral.

El pesimismo y la sensación de declive nacional cegaban la perspectiva de las élites. En lugar de buscar soluciones pragmáticas a los problemas económicos y sociales, se enfocaban en una supuesta degradación moral. Culparon a los más desposeídos y se aferraron a teorías pseudocientíficas que justificaban las desigualdades.

Este fatalismo elitista y la negación a aceptar los verdaderos retos que enfrentaba el país, permearon la errónea respuesta médica y política a la pandemia. Enceguecidos por su propia narrativa decadente, fueron incapaces de proteger a la población del azote de la enfermedad. Las élites prefieren culpar a imaginarios males morales antes que hacerse cargo de las deficiencias sistémicas que requieren su urgente atención.

4. Durante la pandemia, injustamente se culpó a las poblaciones vulnerables y a la clase trabajadora, a quienes peyorativamente se refirieron como «los culpables de la miseria». Esta culpabilización se basó en las precarias condiciones sanitarias en las que se vieron obligados a vivir, consecuencia de la pobreza y la desigualdad social de esos años.

Lejos de reconocer las deficiencias estructurales que los llevaron a esa situación, se les condenó injustamente como propagadores del virus. En lugar de buscar soluciones para mejorar su calidad de vida y proteger su salud, se les estigmatizó y excluyó aún más. La pandemia reveló la persistente discriminación contra los más desfavorecidos, a quienes se culpa de males sociales sin atender las verdaderas causas que los producen. 

5. Al creer erróneamente que se trataba de tifus, los médicos no vieron necesidad de prohibir las aglomeraciones masivas, ya que esta enfermedad, transmitida por piojos de ratones, tiene una propagación más limitada que la gripe, que se contagia por el aire.

Tras el histórico primer vuelo del aviador Dagoberto Godoy entre Chile y Argentina sobre los picos más altos de Los Andes en diciembre de 1918, una multitud eufórica salió a las calles de Santiago a recibir al héroe. Poco después, los hospitales de la ciudad se vieron desbordados y comenzaron a rechazar enfermos por falta de espacio.

Las brigadas sanitarias iniciaron una batalla contra la epidemia imaginaria de tifus, irrumpiendo en las precarias viviendas de los sectores populares. Ordenaban a sus habitantes desnudarse, lavarse y depilarse el vello corporal, en un absurdo intento por contener un mal que ni siquiera habían identificado correctamente.

La obstinación en el error tuvo graves consecuencias. La permisividad frente a las aglomeraciones permitió la propagación desenfrenada del virus, mientras las brigadas sanitarias malgastaban esfuerzos en una enfermedad inexistente. La ceguera de las autoridades magnificó una tragedia que pudo haberse mitigado.

6. En las ciudades de Parral y Concepción, miles de trabajadores fueron desalojados por la fuerza de sus viviendas, las cuales posteriormente fueron incendiadas. Esta «creativa estrategia», lejos de contener el brote, probablemente lo agravó al dejar a grandes multitudes de personas sin hogar, obligadas a amontonarse y exponerse entre sí al virus.

Amparadas en la errónea premisa de estar combatiendo el tifus, las autoridades de la época optaron por medidas extremas que exacerbaron la propagación viral e infligieron sufrimiento adicional a los más vulnerables. Los incendios masivos de viviendas precarias dejaron a los trabajadores literalmente en la calle, obligados a vagar y hacinarse en condiciones insalubres.

Lejos de proteger a la población, estas acciones, basadas en diagnósticos equivocados, empeoraron su calvario. Mientras las élites se aferraban a sus percepciones distorsionadas, miles de inocentes pagaron el precio de decisiones catastróficas que pretendían controlar una epidemia que ni siquiera comprendían.

7. En 1919, mientras el país aún estaba afectado por la pandemia, una joven ingresó en la orden de las carmelitas descalzas en Los Andes. Al cabo de unos meses, Teresa de Jesús enfermó y murió en abril de 1920, tras haber profesado los votos religiosos in periculo mortis (en peligro de muerte).

Teresa sería canonizada posteriormente como Teresa de los Andes, patrona de Chile.

Los libros de historia nos cuentan que murió de tifus, pero existen buenas razones para creer que en realidad la causante de su muerte fue la gripe española.

Dentro de todas las referencias que tiene este libro, está la tesis doctoral de Hugo Alberto Maureira «Los culpables de la miseria»: pobreza y salud pública durante la epidemia de gripe española en chile, 1918-1920. Un tremendo trabajo para conocer el Chile de esos tiempos.