A menudo cuidamos con esmero las cosas materiales, pues conocemos su valor monetario. Pero descuidamos aquello verdaderamente preciado, cuyo valor no se mide en billetes y monedas.
Nuestra salud, las relaciones humanas, la libertad… son bienes invaluables que no debieran descuidarse. Sin embargo, al no tener precio, corren el riesgo del abandono y deterioro.
Es fácil caer en la trampa de dar por sentado aquello que no tiene un valor monetario tangible. Protegemos celosamente nuestro automóvil o nuestro teléfono celular, pues conocemos el precio que pagamos por ellos. Sin embargo, no solemos tener el mismo cuidado con nuestra salud, nuestras relaciones o nuestro tiempo libre.
No apreciamos nuestra vista hasta que empieza a deteriorarse. No valoramos a nuestra pareja hasta que la relación se tambalea. No reconocemos el privilegio de nuestra libertad hasta que se ve amenazada. Como no hay una etiqueta de precio adjunta a estas cosas invaluables, es fácil ignorar su verdadero valor.
Debemos recordar que la salud, el amor, la libertad y el tiempo son regalos preciosos que no se pueden comprar con dinero. No tienen precio porque su valor es inconmensurable. Pero esto no significa que no tengan un costo. Dependemos de estos tesoros no materiales para vivir una vida plena y perseguir/lograr nuestros objetivos de vida.
Es responsabilidad nuestra cuidar y proteger aquello que realmente importa, incluso si no viene con una etiqueta de precio. Debemos invertir tiempo de calidad en nuestras relaciones, cuidar nuestra salud física y mental, salvaguardar nuestra libertad y encontrar un equilibrio entre trabajo y el ocio.
Si bien las posesiones materiales tienen un lugar en nuestras vidas, no deben eclipse el valor de nuestros tesoros inmateriales. El dinero va y viene, pero el tiempo, la salud, el amor y la libertad son regalos que debemos atesorar por sobre todas las cosas. Son las verdaderas riquezas de la vida.