Nuestro cerebro es una maquina compleja. Su trabajo: interpretar, procesar, responder a lo que nos rodea. Pero falla. A pesar de querer ser racionales, somos víctimas de nuestras limitaciones cognitivas, es decir, somo involuntariamente estúpidos. Incluso y por ejemplo, poniendo voluntariamente en riesgo nuestra privacidad, pese a todas sus consecuencias.
Nuestros sesgos nos llevan por caminos equivocados, sin darnos cuenta, distorsionando nuestras decisiones.
Los sesgos son atajos mentales naturales en el ser humano. En total, algunas investigaciones han detectado al menos 21 que alteran nuestra toma de decisiones.
En tiempos primitivos, nos ayudaban a sobrevivir, tomar decisiones rápidas en situaciones críticas. Hoy, estos atajos fallan más de lo que aciertan.
Consideremos el «sesgo de confirmación». Buscamos información que confirma nuestras creencias. Si piensas que los gatos son malvados, buscarás «gatos malvados» en google. Ignorarás la información contraria, porque a todas luces quieres reafirmar tu creencia de que son malvados. Eso distorsiona las decisiones.
Luego está el «sesgo de la disponibilidad». Le damos importancia a lo reciente, lo emocionalmente impactante. Ves noticias de un accidente aéreo, piensas que volar es peligroso. Olvidas que volar es seguro, estadísticamente hablando.
Ciertas situaciones aumentan los sesgos y las decisiones erróneas. El cansancio, la prisa, la distracción nos hacen propensos a errar. Cansados, nuestro cerebro busca atajos. Apurados, no evaluamos toda la información. Distraídos, procesamos la mitad.
Los grupos también puede llevarnos a equivocarnos. Podemos conformarnos con la mayoría, aunque tengamos dudas. O seguimos a los que consideramos autoridades, sin cuestionarles.
Conocemos estos sesgos, pero no los evitamos del todo. La solución es aceptarlos y buscar corregir nuestra percepción.
La estupidez es la forma de ser más dañina. Es peor aún que la maldad, porque al menos el malvado obtiene algún beneficio para sí mismo, aunque sea a costa del perjuicio ajeno. Carlo Cipolla
La información errónea
La confusión, la desinformación y los errores nos rodean como niebla constante, nublando nuestras percepciones y arrastrándonos por senderos de engaños. Es un hecho cotidiano, inevitable: todos, en algún momento, poseemos información equivocada.
La información errónea se cierne sobre nosotros distorsionando nuestra interpretación de los hechos y circunstancias. Piensa en un carpintero que, sin saberlo, utiliza un metro defectuoso para medir su madera. Por más preciso y cuidadoso que sea, su trabajo estará marcado por el error inicial. Lo mismo ocurre cuando interpretamos mal la información, somos mal informados, recogemos datos incorrectos o desactualizados, o simplemente nos falta una pieza clave del rompecabezas.
Incluso con la mejor de las intenciones, el uso de datos equivocados nos lleva a formar suposiciones y conclusiones inexactas. Es como tratar de llegar a un destino con un mapa incorrecto. Por ejemplo, un panadero que mezcla sus ingredientes pensando que la harina es de trigo cuando en realidad es de maíz, nunca obtendrá el pan crujiente que espera, por más que perfeccione su técnica de horneado.
Las suposiciones, por su parte, son a menudo trampas disfrazadas de atajos. Creer que una cuerda desgastada puede soportar el peso solo porque lo ha hecho antes, es ignorar el peligro de su desgaste.
Las consecuencias de estas acciones mal guiadas pueden ser devastadoras. Nuestras decisiones y acciones, fundamentadas en una base falsa, pueden desviarnos del camino correcto y desembocar en situaciones desafortunadas o incluso catastróficas.
Por eso, el deber de cada uno es buscar y reafirmar la verdad. Hacerlo significa esforzarse por recopilar información precisa y completa. Por ejemplo, un médico no puede tratar a un enfermo basándose en los síntomas visibles, tiene que investigar más fondo y realizar las pruebas necesarias para obtener un diagnóstico preciso y descartar un mal diagnóstico.
Es vital mirar con lupa nuestras suposiciones. Igualmente, necesitamos entender que nuestras percepciones podrían errar y debemos estar listos para ajustar y moldear nuestras creencias frente a la nueva información. Estar dispuestos a cambiar, a aprender.
La experiencia no siempre es un plus
A veces nos encontramos con gente que, pese a tener una larga trayectoria en su área de trabajo, parece dar vueltas en círculos, sin avanzar, repitiendo los mismos errores una y otra vez.
Hablan de 30 años de experiencia, pero parece más bien un único año que se repite 30 veces. En lugar de aprender y evolucionar, quedan atrapados en un ciclo perpetuo de estancamiento. Sin moverse.
Imagina un cocinero con veinte años en la misma cocina del mismo restaurant. Sus platos están hechos a la perfección, pero siguen siendo los mismos. Nunca probó añadir un sabor nuevo, explorar un plato extranjero, pulir su destreza con el cuchillo. ¿Posee experiencia?, sí, pero una que parece estancada en un punto del tiempo.
A veces, ese cocinero somos nosotros. Es fácil caer en un camino trillado, repetir las mismas tareas día tras día, año tras año, sin empujar nuestros límites, sin buscar nuevos aprendizajes. Podríamos creer que ya lo sabemos todo, o quizás la rutina nos acuna en un confort que nos disuade de alterarla.
Pero si anhelamos romper las cadenas de esta maldición cíclica, necesitamos entender nuestra forma de aprendizaje. Hace falta mirar con honestidad nuestras experiencias, admitir nuestros fallos y buscar intencionalmente formas de crecer. Si no, terminaremos condenados a revivir nuestros errores, atrapados en un eterno reloj de arena. En un eterno loop.
Piensa de nuevo en el cocinero. Podría comenzar a crecer si se decidiera a observar a otros en su profesión, a buscar aprendizaje en lecciones de cocina, a experimentar con especias diferentes, a buscar los juicios de sus comensales y compañeros. A través de la reflexión y el aprendizaje activo, podría romper su ciclo de repetición y empezar a sacar provecho real de sus años de experiencia.
Al final del día, la experiencia por sí sola no vale. Es importante tener una comprensión de cómo aprendemos y estar dispuestos a poner en duda y alterar nuestras costumbres.
Solo de esta manera podremos transmutar nuestra experiencia en genuino aprendizaje y desarrollo.
Conclusiones
Nuestros cerebros, en cierta medida «complicados y traicioneros», nos juegan malas pasadas. Somos marionetas en sus manos, arrastrados por viejos sesgos, engañados por mentiras, y ciegos a la repetición de nuestros propios errores. Nos mantenemos en lo seguro y familiar, aun cuando estos hilos invisibles de la cognición nos desvían por caminos en mal estado.
Los sesgos son antiguos compañeros que nos acompañan desde miles de años. Nos urgen a confirmar lo ya creído, a destacar lo inmediato, lo resonante. Fueron útiles en tiempos más primitivos, pero ahora nos desvían del camino.
El error también es un enemigo constante. La desinformación nos envuelve como niebla, confundiéndonos, dirigiéndonos hacia decisiones y acciones mal fundamentadas. Deberíamos estar dispuestos a luchar contra ello, a desafiar nuestras creencias, a buscar la verdad y a rectificar nuestras equivocaciones.
Pero la complacencia es quizás nuestro mayor obstáculo. Anclados en la idea de que el «siempre se ha hecho así», nos quedamos estancados, convirtiendo años de experiencia en un solo año repetido sin cesar. Debemos esforzarnos por romper este ciclo, por desafiar nuestra rutina, por innovar y crecer.
Al final, ser dueños de nuestras decisiones significa reconocer y luchar contra los sesgos, buscar la verdad en medio de las mentiras y rechazar la complacencia de la repetición.
Solo así, cometeremos menos estupideces.