«Estaba esperando que sucediera algo extraordinario, pero a medida que pasaron los años, nada sucedió a menos que yo lo causara».
La frase anterior es de Charles Bukowski y por su puesto, una de mis favoritas
Esta afirmación refleja una verdad fundamental sobre la naturaleza de nuestras experiencias y la realización de lo extraordinario en nuestras vidas.
En la espera de lo extraordinario, con frecuencia caemos en la trampa de la pasividad, como si la grandeza de la vida fuera un visitante caprichoso que decide cuándo y dónde hacer acto de presencia. Sin embargo, la espera indefinida es una antítesis de la naturaleza del progreso humano y de la realización personal; es la negación de nuestra propia vida.
Lo extraordinario, contrariamente a lo que a menudo pensamos, rara vez nace de la espontaneidad o de la suerte. Es, más bien, el producto de acciones deliberadas, de decisiones conscientes y de la acumulación de pequeños esfuerzos que, sumados, se traducen en logros significativos.
La inacción nos sitúa en un estado de espectadores de nuestras propias vidas. Observamos el paso de los años con la esperanza de que el cambio nos encuentre, pero el cambio solo se manifiesta a través del movimiento, a través de la causa y efecto en la que nosotros somos los principales agentes de ello.
Esta frase de Charles Bukowski me invita a reflexionar sobre la responsabilidad que tengo en la construcción de mi destino. No es el tiempo el que debe llenarse de eventos extraordinarios por su propia cuenta, sino que somos nosotros los constructores de esos momentos.
Cada decisión tomada, cada paso dado en dirección a nuestros sueños, cada acción que rompe con la monotonía del día a día, son los verdaderos creadores de lo extraordinario.
Además, la espera pasiva por lo extraordinario a menudo nos lleva a subestimar lo que ya es extraordinario en nuestras vidas. La capacidad de crecer, de aprender, de amar y de superar desafíos son todos aspectos extraordinarios de la experiencia humana que con frecuencia vamos pasando por alto sin darnos cuenta. La singularidad de cada momento, cada relación, cada logro, se diluye en la espera de algo más grande, más llamativo, más acorde con la idea de lo que consideramos «extraordinario».
También es importante reconocer que lo extraordinario no siempre se manifiesta en grandes gestas o en logros monumentales. A menudo, lo extraordinario se encuentra en los detalles más finos, en las acciones más cotidianas que realizamos, transforman lo ordinario en algo digno de admiración.
En conclusión, la espera de lo extraordinario sin causarlo es perder el tiempo.
La vida es un lienzo en blanco que espera ser intervenido por nuestras propias manos, por nuestras propias acciones. Los años no traen consigo lo extraordinario a menos que nosotros decidamos pintar cada día con los colores de nuestras acciones, decisiones y esfuerzos.
El futuro es tierra fértil para lo extraordinario, pero solo si tomamos la decisión consciente de ser los constructores de ese futuro.