Desde que tengo memoria, siempre había sentido la presión de cumplir con las expectativas de los demás. Ya sea en la escuela, con mis amigos o en la universidad, siempre había tratado de encajar, de ser quien los demás querían que fuera. ¿Fue una conducta que aprendí en la casa? ¿En el colegio? ¿Con mis amigos?. No lo sé.

Pero con el tiempo, empecé a preguntarme, ¿y yo qué quiero? ¿Quién soy realmente bajo todas estas capas que he ido construyendo para complacer a los demás?

Fue entonces cuando me topé con una frase que cambió mi forma de ver las cosas: «No te comprometas con nadie más que contigo mismo», bueno, exactamente no es así, pero refleja el espíritu de la ley 20 de las 48 leyes del poder de Robert Greene.

Al principio, la idea de ponerme a mí mismo en primer lugar me pareció egoísta. ¿Acaso no se supone que debemos pensar en los demás antes que en nosotros? Pero, poco a poco, comencé a entender el verdadero significado detrás de estas palabras.

Comprometerme conmigo mismo significaba, en primer lugar, ser honesto sobre mis propios deseos, mis pasiones y mis miedos. Empecé a hacerme preguntas difíciles, a enfrentarme con mis verdaderas emociones y pensamientos. Me di cuenta de que durante años había estado siguiendo un guion que no había escrito yo, sino que había sido dictado por las expectativas de otros.

Al empezar a vivir de acuerdo con mis propios términos, sentí una libertad que nunca había experimentado. No fue un camino fácil. A veces, me sentí egoísta, otras veces, inseguro. Pero con cada paso que daba hacia mi autenticidad, me sentía más fuerte, más centrado y, sobre todo, más feliz.

Este viaje hacia mí mismo también transformó mis relaciones. Al ser más auténtico, mis interacciones con los demás se volvieron más genuinas. Dejé de buscar la aprobación constante y empecé a construir vínculos basados en la honestidad y el respeto mutuo.

Entendí que comprometerme conmigo mismo no es un acto de egoísmo, sino de respeto propio [1]. Es reconocer que no puedo ser de ayuda para los demás si no estoy bien conmigo mismo. Es entender que mi valor no depende de cuánto me ajusto a lo que otros esperan de mí.

Hoy en día, sigo aprendiendo y creciendo. Sé que el compromiso con uno mismo es un proceso continuo, un diálogo interno que nunca termina y es algo que va cambiando a medida que voy cumpliendo años y etapas.

Pero ahora tengo una brújula que me guía, una que apunta hacia mi propia verdad y felicidad. Y esa, he descubierto, es la dirección más importante a seguir.

[1] ¿Por qué no es posible comprometerse genuinamente con otra persona si no hay un previo compromiso con uno mismo?. Porque estaríamos estableciendo la relación sobre una base falsa, tratando de satisfacer expectativas ajenas en lugar de expresar nuestra propia identidad. En este caso, seríamos una mera representación, una especie de holograma y no una persona real. La confianza y el respeto surgen del conocimiento y coherencia con nosotros mismos. Sólo así podemos comprometernos libremente.