El sesgo de autoridad en su forma más básica, es el acto de confiar en la palabra de alguien simplemente porque están en una posición de poder o tienen ciertas credenciales.

Este sesgo surge de una intuición primitiva: la supervivencia del grupo dependía de la obediencia a la jerarquía. «El líder sabe más», era la idea comúnmente aceptada. No acatar podría resultar en el destierro de la tribu.

Pero al igual que un iceberg, lo que vemos en la superficie es solo una pequeña fracción de la totalidad.

Bajo el agua, las profundidades ocultas del sesgo de autoridad contienen capas más complejas. Vemos la disminución del pensamiento crítico, donde las personas pueden seguir instrucciones sin cuestionarlas. Vemos la delegación de responsabilidad moral, donde los individuos desplazan la culpa de sus acciones a los líderes que siguen. Y vemos cómo el miedo al castigo o al ostracismo puede hacer que las personas obedezcan a las autoridades incluso cuando sus órdenes contradicen la ética y moral.

Imagina que estas sentado en una sala de espera de una clínica, nervioso y expectante porque esperas los resultados de un examen. Una puerta se abre y un médico entra. Está vestido con un delantal blanco inmaculado. De inmediato, sientes alivio, una sensación de confianza en la persona que lleva la delantal blanco. Pero, ¿realmente implica que la persona sea competente y esté bien informada? ¿O simplemente estas cayendo en el sesgo de autoridad?

Cuando nos enfrentamos a decisiones que tienen que ver con nuestra salud, tendemos a depositar nuestra confianza en la figura del médico. Su autoridad percibida, simbolizada por el delantal blanco, a menudo nos disuade de cuestionar su juicio o buscar una segunda opinión. Pero los médicos, como cualquier ser humano, son susceptibles al error. No todos los que usan delantal blanco son expertos, y el color del uniforme no garantiza la competencia.

Ahora imagina ese delantal blanco en la propaganda política. ¿Lo recuerdas?. Es un clásico, todos los candidatos médicos recurren al delantal blanco. Saben que emanan autoridad. Inclusa algunos presidentes lo han reconocido abiertamente.

Este sesgo no se limita a las figuras obvias de autoridad como los políticos, los  líderes religiosos o los jefes. También se aplica a las «autoridades» en campos menos tangibles: las celebridades en la moda y el estilo de vida, los críticos en el arte y la cultura, los influyentes en las redes sociales. Nos inclinamos a valorar sus opiniones por encima de las nuestras, incluso cuando no tienen experiencia o conocimientos objetivamente superiores en el tema.

Cuando validas las opiniones económicas de José Meza sin el más mínimo cuestionamiento, estás siendo víctima del sesgo de autoridad. El es un gran astrónomo, ¿pero cuáles son sus credenciales económicas?. Ninguna.

En la conversación, la mención de una autoridad a menudo pone fin a los argumentos. “El experto dice…” se convierte en la frase que silencia el debate, la verificación de los datos o el razonamiento lógico. Este es el diálogo crudo y realista de nuestra vida cotidiana.

Conocer el sesgo de autoridad es solo la punta del iceberg. Es importante, por tanto, cuestionar y explorar lo que yace bajo la superficie. Cada vez que tomamos decisiones basadas en la palabra de una autoridad, debemos preguntarnos: ¿Estoy aceptando esto porque es lógico y razonable, o porque la fuente tiene una posición de poder?

Al hacerlo, podemos comenzar a desmontar los efectos nocivos de este sesgo y tomar decisiones más informadas y autónomas.